Debo admitir, me encantan los centros comerciales. Quizá no sea fanática de la ropa de moda, ni de los zapatos, ni de la mayoría de los locales de comida. En realidad no me gusta casi nada, pero me agrada ir caminando por todos los pasillos, ver artículos pequeños aunque rara vez compre nada y tomar un helado mientras me burlo de las personas a mí alrededor. Sin embargo, hay un detalle que me retuerce el hígado.
Iba caminando el sábado tranquilamente, cuando me acerqué al
pasillo más amplio, ese donde permitieron que se instalasen módulos a medio
camino. La mayoría de estos módulos no representan un ataque para el caminante común,
sin embargo, aquel cuadro de perversión y estafa se encuentra ubicado
exactamente en la intersección del pasillo de un solo precio, forzándote a
pasar a un lado para entrar a la tienda.
Este pequeño modulo es uno de un estudio fotográfico,
equipado con al menos dos individuos que son capaces de salir del cuadro
designado y perseguirte con un panfleto en la mano y la mentira de la promoción
en los labios. Basta un fragmento de segundo, un instante en que por amabilidad
te detengas para caer. La última vez que cometí semejante error perdí más de
doscientos pesos.
Hasta eso, no culpo a los empleados del cuadro. Tratan de ganar
el pan y eso lo respeto, sin embargo culpo de esto a cada dueño avaro de centro
comercial que permite que semejantes individuos acosen a los compradores. Es
horrible saber que si quieres ir a fulana tienda, es más fácil salir por alguna
puerta al estacionamiento, dar la vuelta y entrar por la parte de afuera.
Extrañamente, con el pasar del tiempo esto se vuelve una rutina, y hasta
aprender a tomarle placer. Al menos a mí me causa gran satisfacción cuando
puedo ir caminando por el pasillo, con mi bolsa al brazo y el vacío en mi
cartera, y puedo darme el lujo de caminar más rápido, sin perderles la vista,
con miedo, pero con suficiente orgullo para decirles con la mirada ¡idiotas!
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