El siguiente es un fragmento de un proyecto personal. Cualquier comentario o crítica constructiva es bienvenida. (No tiene corrección gramatical)
Camina sin detenerse, sin vislumbrar la longitud de su sombra frente a él. Las lámparas se han apagado desde hace rato sin importar que aún falta para el amanecer. Queda la esperanza de que ella sepa quién es, que le de las respuestas que busca y que lo libre por fin de la calle gris. Está convencido de que no soportara mucho; sus sentidos parecen irse extinguiendo uno a uno. Primero muere su vista y tropieza. Sus rodillas sangran y sus palmas se pelan con el tallar del asfalto que se desmorona. Esta dispuesto a continuar su camino. Todavía invidente y contra lo que parece viento y que le perfora el rostro y se dispone a caminar tan rectamente como su precaria memoria se lo permita. Comienza a preocuparse de la distancia que le aguarda hasta llegar al final de la calle. No puede evitar pensar que lo más probable es que su mente ya haya alterado los metros y trata de sentir con los pies el escalón que le avise que su trayecto se ha terminado. Sus pies punzan y el zapato se termina de desprender. Allí va desnudo, dejando el último rastro de humanidad y de la mujer cuyas entrañas sirvieron de refugio a la bata del hospital.
Cree oír algo similar a un lamento, y luego deja de escuchar. El miedo repta por cuello y abre la boca instintivamente buscando desesperado un poco de aire. Se lleva las manos al cuello como si en algo fuese a ayudarlo respirar se detiene en seco; una erección.
¿Acaso así se sentían los últimos momentos?
-¡Carmina!- No estaba completamente seguro si su grito ha sido audible o solamente un producto del delirio. Sus ojos que ya habituados como los de todos al gris infinito no soportan el color final, el único color que alcanza a ver antes de retornar a la negrura habitual; el escarlata del cabello de Carmina.
Camina sin detenerse, sin vislumbrar la longitud de su sombra frente a él. Las lámparas se han apagado desde hace rato sin importar que aún falta para el amanecer. Queda la esperanza de que ella sepa quién es, que le de las respuestas que busca y que lo libre por fin de la calle gris. Está convencido de que no soportara mucho; sus sentidos parecen irse extinguiendo uno a uno. Primero muere su vista y tropieza. Sus rodillas sangran y sus palmas se pelan con el tallar del asfalto que se desmorona. Esta dispuesto a continuar su camino. Todavía invidente y contra lo que parece viento y que le perfora el rostro y se dispone a caminar tan rectamente como su precaria memoria se lo permita. Comienza a preocuparse de la distancia que le aguarda hasta llegar al final de la calle. No puede evitar pensar que lo más probable es que su mente ya haya alterado los metros y trata de sentir con los pies el escalón que le avise que su trayecto se ha terminado. Sus pies punzan y el zapato se termina de desprender. Allí va desnudo, dejando el último rastro de humanidad y de la mujer cuyas entrañas sirvieron de refugio a la bata del hospital.
Cree oír algo similar a un lamento, y luego deja de escuchar. El miedo repta por cuello y abre la boca instintivamente buscando desesperado un poco de aire. Se lleva las manos al cuello como si en algo fuese a ayudarlo respirar se detiene en seco; una erección.
¿Acaso así se sentían los últimos momentos?
-¡Carmina!- No estaba completamente seguro si su grito ha sido audible o solamente un producto del delirio. Sus ojos que ya habituados como los de todos al gris infinito no soportan el color final, el único color que alcanza a ver antes de retornar a la negrura habitual; el escarlata del cabello de Carmina.
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